- No se sueña cuando se caza, sino que se vive lo soñado.
En la cacería había participado mi amigo Paco, que había venido expresamente desde España para intentar el abate de un elefante problemático, que andaba destruyendo los cultivos en Bajone, pequeña localidad situada al borde del mar y dentro del distrito de Maganja da Costa provincia de Zambecia.
El trabajo no había sido complicado, en el lance final la tensión alcanzo el clímax.
Todo empezó cuando las Autoridades Provinciales se pusieron en contacto conmigo hacia 20 días, solicitándome una actuación en este pueblecito, a lo que respondí afirmativamente y prepare todo lo necesario.
Paco me había comentado desde el año pasado, que le apetecería mucho volver a Mozambique y cazar conmigo. Una charla en un bar de Madrid, fue suficiente para animarle a participar ilusionado en la expedición. Nosotros ya nos conocíamos desde Camerún, hacia cuatro años, donde nos hicimos buenos amigos y logramos abatir su primer elefante. Un año después nos volvimos a encontrar cazando en Luabo (Zambecia – Mozambique) donde llego acompañado de uno de los dueños y yo realizaba un safari de elefante con mi amigo Javier. Septiembre del 2004.
El dos de febrero del 2007 estábamos en Quelimane, saliendo con las autorizaciones en el bolsillo. Nuestro transporte, un coche Nissan de 5 plazas todo terreno con caja abierta, cargado con todo el material necesario de camping, comida y bebida para 10 días, que le daba un aspecto de caracol. Nos acompañaban mi gente de confianza en Mozambique: Julio mi hombre de campo, chofer y hombre para todo; Sebastián, logista - conductor; y nuestra querida cocinera Doña Gracinda.
A nuestra llegada a Maganja da Costa la Delegación de Agricultura nos incorporó un fiscal a nuestro grupo.
Tras reabastecernos de combustible y hacer las ultimas compras continuamos viaje, dirigiéndonos a Bajone, donde a nuestra llegada fuimos recibidos por el Jefe de Puesto, a pesar de encontrarse mal de salud, con una bronquitis que no le permitía casi hablar. Verificó nuestras credenciales y nos presento a su secretario, un negrito bajito y regordete, que nos acompañó al lugar donde tenían decidido que acampáramos. Era la escuela, que rodeada de una cerca, nos permitía una cierta independencia y alguna comodidad, disponiendo de agua potable y cuartos de baño. En este lugar nos presentaron al Regulo, autoridad local que nos puso al corriente de la situación actual y al Jefe de la policía que nos agrego otro miembro mas a nuestra expedición, su ayudante.
Durante las diferentes presentaciones nuestro grupo puso manos a la obra en la instalación del campamento, que se componía de cuatro tiendas, dos para nosotros, una para la cocinera y otra para los elementos masculinos, también se construyó con material local un almacén y cocina, la energía eléctrica nos la daría un generador.
Antes de que se acabara la instalación, Paco, Julio, el fiscal y yo, acompañados del Reglo nos dirigimos, con nuestro coche al lugar donde se suponía andaban los elefantes. Nos esperaban un grupo de campesinos que nos ofrecieron como presente algunos alimentos y nos instaron a hacer su ceremonia, ellos necesitaban comunicarse con sus ancestros, pidiéndoles nos ayudaran a eliminar a su enemigo. Así lo hicimos. Fue corta, varios ancianos se arrodillaron en un árbol (para ellos sagrado) presidiendo la ceremonia y el resto nos situamos detrás, como ofrenda utilizaron harina, que fueron esparciendo en el suelo mientras pedían en voz alta a sus espíritus que bloquearan a los animales y nos facilitaran su caza. Acabada ésta, cada uno de ellos tocó nuestras armas y nos estrechó las manos. Estaba hecho y con todas las bendiciones a nuestro favor. Ya podíamos entrar en su tierra.
Como si la ceremonia hubiera surtido efecto, en 30 minutos ya los habíamos encontrado. La aproximación fue con buen viento, solo que… ¡mierda!, topé con un nido de avispas que me dejó el pecho un poco dolorido. Los animales estaban en una planicie de hierba, alta hasta la cintura, donde los estuvimos viendo y fotografiando con tranquilidad. Solo era una pareja y el macho no tendría unos colmillos superiores a 40 centímetros. Transcurrida una hora sin que ningún otro apareciera, nos miramos un poco desilusionados. Comentamos que seria mejor regresar e informarnos si existían otros grupos. Cuatrocientos metros mas atrás nos encontramos con nuestros guías, (solo los MUSUNGUS, “extranjeros” locos se atrevían a acercarse a los animales). Sentados nos miraban con cara de sorpresa, sin dar crédito a que no hubiéramos acabado con sus enemigos, uno pregunto “¿Qué ha pasado?”, nuestra respuesta, con una sonrisa en los labios, “eran pequeños”. Como si de una ola se tratara, fueron mirándose unos a otros, hasta acabar clavando sus ojos en nosotros… otro se atrevió a preguntar “¿y ahora que?”. Sin darles ninguna respuesta comenzamos a caminar en dirección al coche. A nuestra llegada, donde se había quedado el Reglo, realizamos un contubernio con las autoridades y los autóctonos que nos habían acompañado. Nosotros comenzamos pidiéndoles que se informaran por las aldeas próximas por si existían otros y principalmente “si había mas grandes”. Ellos se echaban las manos a la cabeza y nos aseguraban que no había más y que esos “eran los dañinos”. Yo no les quería creer y les forcé a salir en tres grupos para recoger mas datos, medio a regañadientes aceptaron, principalmente por la presión del Reglo. Quedamos en encontrarnos a su vuelta, por la noche.
Al regresar a la escuela nuestro campamento ya estaba listo y la ducha templada.
La cena nos sirvió para comentar nuestras posibilidades, ¿seria verdad que solo eran esos dos?
En los postres estábamos, cuando nos toco vivir la anécdota de la noche. Vimos llegar a nuestras autoridades, policía y fiscal de agricultura, borrachos como una cuba. Traían a un individuo que, según nos comentaron, habían arrestado en el portón de entrada al recinto de la escuela. El pobre venía preso por su mano, que era retorcida por el policía, produciéndole al chaval contoneos y gritos de dolor. Nosotros miramos la escena perplejos y sin comprender, hasta que ellos balbuceando nos explicaron que otros, que estaban con el, habían salido corriendo, motivo suficiente para sospechar y detenerlo. Querían el coche para llevarlo a la comisaría. Nosotros viendo la escena y comprendiendo que era un alumno, les dimos excusas, alegando que no teníamos mucho combustible y que seria mejor que se presentara, al día siguiente, al Director. Ellos intentaban disimular su estado y justificarse con el arresto. Al final lo soltaron, eso sí, teniendo la precaución de apuntar su nombre en una etiqueta de agua mineral que recogieron del suelo. Acabada la escena, nos dieron las buenas noches y se retiraron a trompicones a su tienda. Nuestro amigo el fiscal no consiguió entrar y se quedo dormido en la puerta.
No llegó nadie más para sacarnos de nuestras dudas, por lo que nos fuimos a dormir, siendo los nervios malos compañeros para conciliar el sueño.
A las 5 del día siguiente ya estábamos levantados, sin que de nuestras patrullas supiéramos nada. El desayuno se coaligó con un precioso amanecer, que tiñó de rojo los palmerales que nos rodeaban, estos existen desde tiempo colonial y siguen siendo la primera economía del lugar, “copra o mas mejor dicho aceite de coco”, que sin tener el valor de antaño, sigue siendo una pequeña fuente de ingresos para la población local, que aparte de esto, viven de una economía de subsistencia: unos como pescadores artesanales y otros como agricultores de cultivos de mandioca, cacahuete, maíz y/o caña de azúcar.
Después de desayunar, el “trío loco”, Paco, Julio y yo, salimos con nuestro coche al encuentro del Reglo, no era lejos, a escasos 8 Km. de pista mojada, entre huertas y palmerales. Al llegar ya nos estaban esperando. Nuestros peores augurios se confirmaban, todos los presentes tenían una opinión unánime, “No existían más elementos que los que habíamos visto el día anterior”.
Siempre, como en casos similares, me quedaba la duda, pero habíamos venido a solucionar un problema y sin ser nuestro sueño de caza, no nos quedaba otra opción.
La imagen que me viene a la cabeza es la mirada de súplica de las mujeres, hartas del sufrimiento, de ver destruidos sus campos y el recuerdo de las palabras de los viejos, “por favor, acaben con nuestro calvario”. El director de la escuela nos había contado, la noche anterior, que muchos agricultores habían abandonado sus campos, por los constantes ataques y perdidas de sus cosechas. Estos comentarios y las suplicas de la población nos dieron las fuerza necesarias para intentar cazar a uno de los paquidermos.
Salimos en nuestro coche por un camino de bicicleta, que en su día debía haber sido una pista. Íbamos acompañados por 8 lugareños que nos servirían de guías. Recorrimos unos 6 kilómetros y unas huellas en el camino nos hicieron parar, “eran de la noche anterior”, por lo que decidimos repartir fuerzas, unos seguirían la huella y otros irían al otro lado de la pista, por si mas adelante hubieran atravesado. Nosotros decidimos preparar nuestras armas, mi express 470 para Paco y un 375 prestado por Roberto de Agricultura para mi. Mientras tanto, Julio revisaba nuestros víveres y reserva de agua mineral.
El tiempo fue pasando y nosotros empezamos a adormilarnos en el asiento del coche, nos faltaban horas de sueño. Pasados unos 40 minutos escuchamos unos golpes graves de pasos a la carrera, era extraño como retumbaban, yo no tuve claro si era un animal o un humano, hasta que saliendo de la espesura, vimos a uno de nuestros pisteros que sudoroso llegaba a nuestro encuentro, “están ahí” frase que despertó todos nuestros genes de cazador. Sin mas dilación comenzamos su persecución que no costo mucho, pues tras 20 minutos y en una zona cerrada de la floresta escuchamos chasquidos de ramas, signo inequívoco de su proximidad. El viento no era favorable, lo que nos obligó a dar un rodeo por nuestra izquierda. No andaríamos mas de 500 metros y enfrentándonos al viento, intentamos lentamente y agudizando nuestros oídos, la aproximación. El lugar era de frondoso follaje, tras un minuto de lenta marcha, divisamos a 100 metros parte de la cabeza de uno de ellos.
El tramo final empezaba, “momento de adrenalina a tope”, por el que un cazador es capaz de abandonar su mundo, viajar a miles de kilómetros, pasar todo tipo de calamidades, pero por el cual, aun siendo segundos, no cambiaria por meses o años de su vida cotidiana.
Con paso lento, intentando hacer el mínimo ruido posible, llegamos a unos 12 metros del animal, no teníamos una visión clara y nos faltaba su compañera. Me agaché para intentar ver entre la espesura las patas de los animales, Paco se situó a mi derecha y Julio detrás de mi. Los seguros estaban quitados y Paco ya tenia buena visión del animal, se desplazaba perpendicularmente hacia nuestra derecha, solo que aun, nos faltaba uno.
No fuimos nosotros los primeros en localizarlo, sino que ella nos oyó o nos sintió antes.
Escuchando un ruido de monte roto a mi izquierda, apunté y de sopetón, me encontré con la cabeza de la hembra, que se paraba a escasos cuatro metros y como frontera, dos setos. Sin quitarle la cara, no sé cuanto tiempo pasó, seguro que décimas de segundo, aunque a mi, me pareció una eternidad. Ya no tenía al macho en mi campo de visión y recuerdo haberle preguntado a Paco, en voz baja, sí tenía apuntado al otro elefante, su respuesta fue afirmativa, preguntándome a su vez “¿le disparo?”…“cuando lo tengas a tiro” fue mi respuesta. Claro está, todo esto, sin quitarle la vista a mi punto de mira, que no dejaba de apuntar entre los ojos de aquella cabeza, cercana e inmensa, “LA HEMBRA”. Pocos instantes después restalló un tiro, mi dedo se tensó un poco más, si aun cabía. Mi vecina respingo para atrás y girándose a su derecha, desapareció en la espesura.
Sin más dilación volví toda mi atención hacia el macho, encontrándome un bulto que pataleaba tumbado. Sin buena visión, dispare dos veces a su masa, tiempo que aprovechó Paco para cargar de nuevo el express. Enseguida nos abalanzamos hacia el animal, con los mil sentidos tensos y nuestro rabillo del ojo en la floresta, no fuera que la hembra, ganando coraje, volviera. El macho estaba de espaldas, sentado de atrás y arrodillado sobre sus manos, haciendo esfuerzos por levantarse, Paco con un tiro certero en la nuca, acabó con sus esperanzas y apagó su vida.
No sé cómo sería mi rostro, el de mi amigo… rebosaba euforia y tensión, “que pasada”, “que bien”, “que bonito”.
Fue un apretón de manos y un abrazo, la forma de exteriorizar nuestra alegría.
Ahora en la cama de mi habitación del Hotel, revivo una y otra vez aquellos segundos que me llenan de euforia, de orgullo hacia mis compañeros y recuerdo aun nuestra exaltación después del lance y que hasta pasados mas de 15 minutos, no fuimos capaces de despegarnos de nuestras armas, atentos a la espesura… Aquellos ojos tan cercanos no volvieron, solo quedó la exaltación de las masas, danzas, fiesta, lloros de alegría y lo que mas recuerdo de ello, las manos cansadas de las ancianas, que dentro de su miseria nos ofrecían arrodilladas, sus alimentos en signo de agradecimiento y aquellas otras incrédulas, que nos tocaban para constatar si éramos o no… humanos.
Y seguía viendo aquellos ojos parándose a escasos metros de mí.
Y sigo viendo nuestra reacción animal, parados plantando cara y apuntando. Actitud de defensa o acecho de muchas especies, que nos hace mimetizarnos con la naturaleza y crea miedo y duda en nuestra presa. Fue nuestra firmeza y quietud la que paro al animal, sin dejarle tomar conciencia y si curiosidad, de lo que éramos.
Ella lo averiguó y salvo su vida. Su pareja fue nuestro trofeo. Trofeo en nuestro recuerdo, dado que los colmillos no superaban los 40 centímetros y preferimos cederlos para la Administración.
A las 7 de la mañana, ya cansado de estar tumbado, me levante sin saber que esta historia, iba a ser el preámbulo de otra nueva aventura.
Baje a desayunar esperando que lo hiciera mi compañero. Paco iba a intentar adelantar su billete de avión de regreso para España. Pasados unos minutos, recibí la llamada de mi amigo Roberto, “epa Agostinho temos um problema”, yo pensé “¿que hemos hecho?”, pero le dije “¿que problema Roberto?”. Su respuesta me dejo sin habla. “Me ligaron de Maganlha da Costa com informaçao de que umos elefantes estam a facer porquerias… mataron cuatro persoas, eram dois animaes, umo fue embora e outro esta la”. En segundos me asaltó la duda, ¿sería nuestra amiga tomándose la justicia por su mano?, pero continué a la escucha. “Agostinho, o Governador pidió que foramos urgentemente la”, yo conteste “no temos carro”, el dijo “ é um caso de força maior e nos temos carro”, “Pronto Roberto, falo com Paco e te ligo agora, fica a preparar todo”. La realidad es que solo disponíamos de tres días… había que intentarlo.
Roberto es el Jefe Provincial de Fauna de Zambecia, mulato orgulloso de sus orígenes. Es uno de los pocos veterinarios que logró hacer sus estudios en Mozambique, pasó por el profesorado y hace tres años, mas o menos cuando le conocí, entró a formar parte de la Delegación Provincial de Agricultura, persona tremendamente activa, que contrasta con el carácter africano y que encajaría mas en nuestra sociedad que en su país. Desde el principio establecimos una buena amistad, su formalidad, su rapidez trabajando y su carácter resolutivo, me dieron la fuerza para trabajar en esta provincia de Zambecia.
Subí las escaleras y llamé a la puerta de mi amigo, enseguida me abrió, ya estaba duchado y listo para desayunar. En la mesa le fui poniendo al corriente y su cara fue pasando de la alegría a la tragedia, sin pensarlo dos veces, me dijo, “tenemos que ir”.
El viaje a Maganja fue rápido, en un Toyota Land Cruiser con caja abierta de Agricultura y pasadas cuatro horas, todo nuestro grupo mas Roberto y su chofer Ismael, nos encontrábamos con el Director Distrital de Agricultura, quien nos estaba esperando y nos puso al corriente de la situación. Un bocadillo nos dio un poco de fuerzas para continuar nuestro viaje. Cuarenta minutos mas tarde ya estábamos en la zona. Allí fuimos recibidos como salvadores y sin más demora y con todos nuestros pertrechos, salimos en dirección al lugar, donde nos confirmaban, estaba el animal.
La zona estaba a escasos 30 kilómetros de la playa, densamente poblada y donde su gente era afable y de mayoría musulmana, con una economía de subsistencia. Sin energía eléctrica y con escasos pozos de agua potable, vivían principalmente de la agricultura y la pesca, su error: el mismo que en todo Mozambique, vivir separados, cada familia al pie de su huerta, que dificultaba mucho la tarea del Gobierno para dar atención medica y escolarización.
En nuestra marcha a pie, llegamos al borde de un lago o para ser mas exactos, al borde de una basta zona anegada por un rió, era época de lluvias y los pescadores nos afirmaron que allí dentro, se encontraba el elefante. ¿Cómo llegar? Había diferentes canoas hechas de troncos de árboles vaciados, pero todas eran pequeñas, de dos plazas y para personas con un buen sentido del equilibrio. Nos dijeron que había una grande y que podían ir a buscarla.
Preparamos la estrategia, el animal se encontraba en medio del pantanal, en una pequeña zona boscosa, un grupo de canoas arrancaría desde allí, con la misión de salir a su encuentro y batirlo en nuestra dirección. La avanzadilla partió acompañada del cazador local, que portaba el 30,06 que habíamos recogido en Maganja. El resto bordearíamos un poco mas el lago, para ser recogidos en un lugar mas accesible para la gran canoa.
Retomando nuestra marcha, media hora después ya estábamos en el punto de recogida. El lago tenía en aquel lugar una anchura aproximada de unos 5 kilómetros.
Mientras esperábamos fuimos observando como un grupo de canoas se dirigía en dirección a una pequeña arboleda, situada en el centro de la zona anegada. Esperamos pero… nada, nadie venia a recogernos, allí solo existía unas piraguas pequeñas que después de dos intentos me demostró que solo podía servir para perder mi arma y darme un mal baño.
Al borde del agua fue pasando el tiempo, observando como nuestra avanzadilla iba perdiéndose en la lejanía. Unos minutos después escuchamos el primer tiro y vimos, como una masa gris pasaba perpendicularmente de una floresta a otra, perdiéndola nuevamente de vista. Mas tarde, se escucho el segundo disparo, el elefante regreso sobre sus pasos, un poco sesgado, acortando la distancia que nos separaba, aunque todavía a más de 2 kilómetros. Hubo un tercer tiro, solo que este busco su cuerpo y vimos claramente como le tambaleaba y le hacia caer.
Paco y yo veíamos la escena con gran impotencia, comentando, que si no lo lograban matar, la situación se agravaría.
Ante la falta de piragua y con los nervios a flor de piel, le dije a Paco que me siguiera, mi intención era, después de consultar al pescador que nos acompañaba, si no cubría, el acercarnos atravesando a pie parte del lago.
Recorreríamos doscientos metros en no menos de media hora y ya con el agua por el pecho, tiré la toalla ante la insistencia justificada de mi amigo, el elefante avanzaba más rápido que nosotros y no podríamos cortarle por el agua. Propuso bordear por la orilla y teniendo en cuenta la dirección que llevaba el animal, esperarlo a la salida del pantano, ya cerca de nuestro coche. Mandé a Julio en una piragua con la orden expresa de ojearlo en nuestra dirección y emprendimos una marcha desenfrenada por la orilla, ya que el tiempo jugaba en contra nuestra.
Nos quedaba media hora de luz, la ruta se nos hacia larga y aun veíamos el animal lejos, sonó el ultimo disparo y observando al paquidermo, no se inmutó, continuaba con su andar cansino con el agua por su tripa, perseguido de lejos por media docena de canoas.
La intensidad del lance, no nos dejaba disfrutar del magnifico atardecer con el sol rayando la línea del horizonte y miles de pequeñas refracciones brillando en el agua, al fondo, siluetas de hombres con pértiga y en el centro la sombra… nuestro protagonista.
Mientras caminaba me sentía enfado y frustrado, al no haber podido aproximarnos por el agua, por el tiempo que habíamos perdido esperando la piragua y por no habernos posicionado antes, en la ruta de salida del elefante.
Se hacia de noche y nuestra marcha se aceleraba aun mas, ya casi llegando al coche fue cuando escuchamos unos gritos de personas que corrían persiguiéndonos, “¡el animal esta saliendo por detrás, corran!”, “Indicarnos” respondimos, saliendo a la carrera detrás de ellos. A unos trescientos metros y en una espesura se frenaron, señalándonos con el dedo. No veíamos nada. Uno de ellos volvió a indicar, nervioso, diciendo: “Ahí, ahí esta”, seguíamos igual. A nuestra izquierda había un claro y a el nos dirigimos, intentamos ver, “Nada”. Intentamos escuchar, “Nada”. Al hacer un barrido visual divisamos a nuestra izquierda una silueta, apuntamos, “era imposible, mieeerda”, la visibilidad casi nula y el comentario, a tiempo, de mi amigo Paco me hizo dar por terminada la jornada de caza de aquel día.
Aprieto los dientes al recordar aquel momento, mis ojos mirando el suelo, completamente abatido y pensando: “POR QUÉ POCO SE NOS HABÍA ESCAPADO” y recuerdo también mi sentimiento de impotencia POR LA CERTEZA DEL CALVARIO QUE LE QUEDABA PASAR, ESA NOCHE, A LA GENTE DEL LUGAR”.
MIERDA… ¡HABIÉNDOLO TENIDO TAN CERCA!
A nuestro regreso al Hotel de Maganja da Costa, nuestro amigo Roberto fue bombardeado con múltiples llamadas ansías de información, a todas la misma respuesta, o mejor dicho excusa: “Habíamos estado intentando ponerlo en fuga”, pero no convencieron a nadie y mucho menos al Gobernador, que tuvo la gentileza de llamar personalmente y que después de escuchar a nuestro amigo, como Jefe de la Brigada, pidió explícitamente “para evitar males mayores, que lo matáramos”. Paco y yo lo teníamos claro “Quien a TROMPA mata a hierro muere”, ¿cómo explicarlo?, el animal que pierde el miedo al hombre, es tremendamente peligroso y hay que abatirlo.
Mientras cenábamos, nuestro plato típico y repetitivo “gallina con patatas fritas”, salió entre otros, un tema que nos llamaba la atención, ¿Seria la misma elefanta que dejamos viva hacia unos días?. Como puntos a tener en cuenta estaban: El lugar se encontraba a escasos 40 kilómetros de aquí; estos animales son capaces de andar mas de 30 kilómetros por día; si fuera ella, explicaría sus ataque; y para la población estaba claro, era la misma. Yo seguí defendiendo mi postura en contra, en primer lugar, cuando tuvo oportunidad de atacar, eligió la opción de huir; en segundo lugar, el animal me pareció joven en comparación a la hembra adulta de Bajone, ahora bien… no podía asegurarlo, mis ojos me podía haber engañado.
A mí esto realmente no me preocupaba, pero SÍ lo qué estaría haciendo el animal esa noche.
No tuve tiempo de darle muchas vueltas al asunto. Al entrar en mi habitación, la tensión vivida me pasó factura y el sueño me prendió rápidamente.
Al día siguiente fue mi despertador el que me volvió a la realidad. A las cinco y media me levanté con ganas de seguir durmiendo, pero un buen desayuno y el frescor de la mañana me despejaron.
Una hora después nos encontrábamos de nuevo sobre el terreno, donde nos dieron la mala noticia “EL ELEFANTE HABÍA VUELTO A MATAR”. En su deambular pasó cerca de una casa, donde, en el camino de acceso, se encontró con un matrimonio de ancianos. Golpeo a los dos, siendo la mujer la que llevo la peor parte, el hombre, que iba detrás, resulto malherido con varias costillas partidas y hematomas. Nos contaron que fue una locura el poder trasladar al herido al hospital, sus amigos y una bicicleta fueron su ambulancia.
Roberto me obligó a pasar un mal rato, hacerle una foto al cadáver. No era lejos y un pequeño camino nos llevó hasta su puerta, la casa era como todas las de la zona, hecha de abobe y con su techo de paja. Las plañideras lloraban marcando el ritual de la ceremonia mortuoria. Con nuestra llegada se hizo un silencio incómodo, Roberto habló con la familia y me dejaron entrar en la casa. En un camastro vi un pequeño cuerpo que yacía inerte, tapado con una tela, un hombre de unos cuarenta años retiró el sudario, para facilitarme el poder hacer la foto de una mujer de pelo blanco con la cara desfigurada. Sin más, salí, con una sensación de sequedad en mi boca.
Creció mi rabia, no se si contra el animal o contra mí mismo.
Después de aquel trago, retomamos la búsqueda del paquidermo, su ruta iba camino de la playa y en nuestro coche empezamos a perseguirle, recogiendo información casa a casa, persona por persona, recorriendo así, más de 20 kilómetros, entre llanuras, que intercalaban plantaciones de cocoteros y zonas anegadas.
Varias veces localizamos las huellas atravesando la pista, el animal andaba mucho, iba desorientado buscando refugio, pensábamos. Cruzamos varias poblaciones donde nos fueron indicando a la hora que había pasado.
Llegando a la playa, unos vecinos del lugar nos aseguraron que el elefante estaba en una pequeña floresta que nacía al pie de sus casas. Enseguida organizamos una batida. Nosotros le esperaríamos al pie de la playa, al final del bosquecito y la población entraría por detrás, con cacerolas para hacer ruido y con la intención de sacarle en nuestra dirección.
El calor y 200 metros de marcha entre paja y un terreno lleno de grandes surcos agrícolas, me hizo ver el mal estado físico en el que me encontraba, estaba muy agotado por el esfuerzo del día anterior y para mas INRI los mosquitos no me daban tregua.
Esperaríamos mas de una hora hasta que los primeros lugareños empezaron a salir de la espesura, “Naaada, allí no estaba”.
Regresamos al vehiculo y decidimos almorzar para recuperar fuerzas. En ello estábamos cuando un campesino llego con buenas noticias, el animal se encontraba a unos cinco kilómetros de donde estábamos. Terminado nuestro almuerzo continuamos la persecución, fuimos pasando por diferentes palmerales, almacenes de cocos, hasta llegar a un lugar donde se acababa la pista, una pequeña plantación de mandioca. El lugar estaba desierto, posiblemente la población hubiera huido, el hombre que lo había visto nos adentro en el plato de gusto de Paco, un pantanal infecto y lleno de mosquitos.
Con el agua de nuevo hasta las rodillas, vuelta a la derecha, a la izquierda, por una floresta acuática llena de palmeras salvajes, donde sus pinchos herían nuestro cuerpo. Con paso lento y en columna, como vulgar gusano, seguíamos la huella, con el ruido de los latidos de nuestro corazón de fondo, esperando ver a la vuelta de cada rama la cara de nuestra presa.
Después de una hora deambulando por el lugar, nos dieron las 12 de la mañana. El sol abrasador caía a plomo, los mosquitos picaban sin parar atravesando la ropa y la difícil marcha por aquel lugar nos hacia odiar, si cabía, un poco mas al animal “será cabrón”, cinco minutos después estábamos cerca de el, escuchando sus movimientos entre la espesura, pero no veíamos nada. Intentamos por dos veces franquear la barrera de pinchos, siempre saliendo derrotados y doloridos, tuvimos que cambiar de estrategia. Mande subir a un árbol a varios de los campesinos que nos acompañaban, estos, en seguida, avistaron al animal, estaba a escasos 30 metros y con sus manos nos indicaban su dirección. Era una locura entrar ahí, no teníamos ninguna posibilidad de salir triunfantes del lance y sí muchas, de tener un grave accidente.
Me subí a un árbol donde ya estaba uno de nuestros acompañantes. No veía nada, pero pasados unos segundos el elefante apareció en mi campo de visión, “¡Paco sube!, le estoy viendo”, “no me apetece” respondió, insistí “¡sube! que desde aquí le puedes disparar”, volvió a negarse y me dijo “tírale tu, yo ya he cazado uno”.
Dudé uno instantes mientras analizaba la situación, el lugar era inaccesible para entrar a pie, mis fuerzas no estaban sobradas para esperar un lance mas favorable y si se nos escapaba, podía matar mas personas. Le pedí a Julio el 375. Era una hembra joven de no más de 15 años, estaba con la cabeza mirando a mi izquierda, un poco sesgada dejando más cerca su culo. Yo estaba sentado en una postura cómoda, apoyado sobre mi pierna izquierda, que pisaba una buena rama. Mi arma tiraba un poco desviada a la izquierda, apunte a la parte superior del agujero de su oreja, corregí la desviación y dispare. En seguida me desbordo la alegría, el animal se había desplomado, a su vez toda la tensión del momento cedió y mi cuerpo tuvo conciencia del cansancio acumulado, casi caigo de árbol. Sujetándome fuertemente, mire a Paco y a Julio y les dije “intentar encontrar un camino para rematarlo, yo me quedo aquí por si hace amago de levantarse”. La cara de Paco era entre frustración y alegría, pero como me comentó más tarde, el cansancio, la posibilidad de llevarse aun más arañazos y la falta de confianza en poder encontrar una postura fácil para dar un tiro certero, fue lo que reafirmo su postura.
Los dos intentaron el acercamiento por mi izquierda, existía una zona cenagosa libre de pinchos… en principio, mientras yo les iba gritando de tanto en tanto “Sigue tumbado”. Pasarían más de 10 minutos hasta que consiguieron llegar cerca de la bestia, sonó un tiro, luego otro. La certeza de su muerte me dio fuerzas para descender del árbol. Tomando sus pasos y después de ser taladrado varias veces por los palmitos, llegue donde se encontraban. Aun nuestro enemigo respiraba con los estertores de la muerte, los tiros de remate eran de Julio, apunte a su cabeza en dirección al corazón y dispare.
Como he dicho en otras ocasiones, es caridad acortar el sufrimiento de nuestra presa, las balas son lo mas barato de un Safari y ya viví errores de otros profesionales, que por resaltar la buena puntería de sus clientes o intentando preservar la piel como trofeo, escatimaron las municiones, teniendo como resultado la agonía del animal o aun peor, estando herido, la huida y perdida de la presa. Hay que valorar que somos cazadores y no sádicos “Ante la muerte, los animales también lloran”.
Sentado encima de aquel “cazador cazado” una alegría compartida me desbordaba, con la sensación clara de haber sido juez y verdugo. No era nuestra amiga de Bajone.
Continuábamos los tres solos, nadie se atrevía a venir, a pesar de que varias personas nos observaban desde los árboles, siempre lo mismo “la magia de los musungus (extranjero)”. Comenzamos a llamarles y en poco tiempo la población empezó a llegar, gritos, abrazos, apretones de manos, hasta patadas de algunos contra el animal, expresando su rabia. Llegó Roberto y comenzó a organizar a la gente para limpiar de espinos el circulo próximo al elefante, se hicieron las fotos pertinentes y tomamos camino de vuelta. Misión cumplida.
Nuestro regreso fue con un único trofeo, el rabo, que nos sirvió de estandarte y signo de victoria. Al paso por las poblaciones, su visión producía, estallidos de júbilo, gritos y sollozos, las personas se lanzaban al coche con ansia de tocarlo, de tocarnos, de dar saltos de alegría y de mirar al cielo en signo de agradecimiento. Así aldea tras aldea, siendo aquel rabo batuta de un gran concierto, cuya letra era “GRACIAS, MIL GRACIAS” y los instrumentos, bocas, manos y palos.
Nuestra entrada a la ciudad, no fue menos aparatosa, al principio parecía que allí no estaban al corriente del suceso y nos permitieron atravesar el mercado y hacer una entrada tranquila en el patio del hotel, no duro mucho, el tantan de brous (teléfono de selva) funciono rápidamente y mientras esperábamos la comida, la gente empezó a remolinarse a la entrada del recinto. Lugo poco a poco entro en el patio, mirándonos, señalándonos, rodeándonos, sin atreverse a hablar con nosotros, hasta que Julio se acercó y nos explicó lo que estaban pidiendo, “ver el rabo”, yo me reí, pero que le iba hacer, después de haberlo sufrirlo, tenían su el derecho de verlo. La salida del estandarte fue celebrada con movimiento de masas, con gritos de asombro, con apretujones por verlo y tocarlo. En las cuatro horas que tardo en hacerse nuestra comida, fue repitiéndose la escena barias veces y una de ellas el rabo, Paco y Yo, fuimos expuestos, durante un rato, como atracción de masa o bichos raros o como novedad en un mundo tranquilo y monótono, donde la televisión, todavía escasea. Julio, con sus relatos, grupo tras grupo, fue el trovador del lugar, que con su lira, el Rabo, amenizo las vidas de todos los habitantes de Maganja.
De Todo este circo, hubo una escena que impacto a mi amigo Paco, fue la llegada de una persona que dirigiéndose directamente a el, le pidió ver el rabo del elefante que había matado a su hijo. Paco le acompaño hasta el corredor de las habitaciones y se lo mostró. Aquel hombre cogió el resto de su enemigo, sin mostrar ningún cambio en su rostro. Durante unos segundos lo miro sin decir nada. Lugo, en una lengua local, dijo unas palabras, parecían una oración, o quizás, una maldición contra el espíritu de aquel animal. Sin mas, se lo devolvió a mi amigo y mirándole le dijo, “Gracias, mi hijo ya puede descansar en paz”. Mas tarde nos contó el dueño del Hotel, que esa persona era el padre y suegro de las dos primeras victimas aplastadas por el elefante, estaban dentro de su casa y la caída del muro los mató.
Como última ceremonia tuvimos que acercarnos al edificio de Gobierno de Maganja da Costa, donde recibimos el agradecimiento del Administrador, máxima autoridad de la zona, ultimo acto, que con sabor agridulce, puso punto y final a nuestros momentos de exaltación y gloria.
No será fácil olvidar estos días vividos en la grata compañía de mi amigo Paco, de mi gente y de esas personas sin nombre, que nos hicieron copartícipes de sus problemas y que aun, rayando la miseria, nos ofrecieron todo y nos trasmitieron su alegría.
Y para que no quede solo en nuestro recuerdo, vengan estas letras para compartir nuestra vivencia…
Saludos a todos los afortunados que siguen soñando… viviendo… y contando sus cacerías.
De Agustín García Martínez
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